El futuro de Europa, que es el de nuestro planeta, habla ahora otro idioma. Yolanda Díaz
Vientos de cambio en Europa.
El cambio que ahora perfilamos supone dejar atrás las políticas de austeridad, cimentando la recuperación en el empleo de calidad, la innovación, la cohesión y un crecimiento inclusivo que sea más consciente de nuestras responsabilidades en la defensa del planeta.
“Los tiempos están cambiando”, cantaba el gran poeta norteamericano del siglo XX. Es una melodía, un eco que llega con fuerza en los anuncios del presidente de los EEUU, Joe Biden, en relación a su ambicioso plan de estímulos para la economía de las familias norteamericanas o a la suspensión de las patentes de las vacunas contra la COVID-19. Ese viento llena también las velas de ese gran proyecto colectivo que es la Unión Europea, como se ha visto en la reciente Cumbre de Porto, e impulsa hoy el lanzamiento de la Conferencia sobre el Futuro de Europa.
Hablar de futuro transforma nuestra mirada, la fecunda, la predispone al cambio y nos sitúa en un nuevo y esperanzador escenario.
La pandemia ha revelado las costuras de un sistema injusto, desigual, que respondió a la crisis financiera de 2008 con soluciones muy diferentes a las articuladas hoy, que, en el caso de España, se cifran en medidas trascendentales como el Escudo Social o el sistema de ERTE. Dejamos atrás lógicas económicas y políticas que se han relacionado con la desigualdad, la inhibición del Estado, la desprotección, la precariedad y la polarización.
El futuro de Europa, que es el de nuestro planeta, habla ahora otro idioma. Es el idioma de la igualdad como motor de transformación, y de una nueva actitud ante el futuro y ante las instituciones europeas.
El cambio que ahora perfilamos, entre todas y todos, supone dejar atrás esas políticas de austeridad, cimentando la recuperación en el empleo de calidad, la innovación, la cohesión y un crecimiento inclusivo que, a la vez, sea más consciente de nuestras responsabilidades en la defensa del planeta. Una Europa fundada sobre un nuevo contrato social, que recupera la movilidad social, y que sitúa en el epicentro a su juventud. Ellas y ellos tienen la llave de un continente que afronta un envejecimiento severo y que, en ningún caso, puede darle la espalda a ese caudal de innovación, energía y creatividad que nuestra juventud representa.
Las respuestas solidarias significan un salto en términos de construcción de una Europa unida, generando un importante volumen de deuda mancomunada con el objetivo de afrontar inversiones millonarias para hacerse cargo de enormes desafíos del presente.
Hemos visto, con mayor nitidez que nunca, que el marco económico y fiscal de la UE se mostró inservible, obligándonos a activar la cláusula de escape del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. No se trata solo de la excepcionalidad de la pandemia. Si queremos hacer frente al gran reto de la Humanidad y, en particular, de las sociedades europeas, que es la crisis climática, tenemos que seguir avanzando hacia un marco de gobernanza económica más racional y eficiente, que permita dar el gran salto en inversión que esta transformación requiere.
Tenemos también que plasmar esa voluntad solidaria, que está en el corazón mismo del proyecto europeo, en la armonización fiscal, en la búsqueda de una equidad tributaria en los países miembros, que evite el abuso fiscal y la competencia desleal, elementos que lastran la solidez y determinación de nuestros pasos colectivos hacia adelante.
Esa Europa debe afrontar, además, el paso hacia una unión política europea, que refuerce nuestro papel en el nuevo orden global, con reglas de toma de decisiones operativas como la unanimidad en materia de fiscalidad o política exterior, con controles democráticos y mecanismos de transparencia. Sin abandonar la solidaridad debida en un contexto de crisis migratorias que cuestionan, día a día, en todas nuestras fronteras, la nociones más básicas de humanidad. Europa no puede mirar hacia otro lado y sus respuestas ante ese drama cotidiano explicarán, también, el futuro de un proyecto que es solidario o no será.
También la Unión Europea debe asumir, de forma destacada, los objetivos de neutralidad climática para 2050. La transición ecológica hacia la descarbonización de nuestra economía es el gran reto de nuestra generación, que ve cómo la sensibilidad ecológica, verde, no es una mera opción sino la única garantía de futuro.
La Europa que no olvida a su juventud es la misma Europa que renuncia a la degradación de las condiciones de trabajo y de los salarios. La Europa que sabe de la importancia de unos salarios mínimos dignos, que combate la precariedad del empleo, refuerza el abanico de derechos sociales comunes para combatir la pobreza y aspira a la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Europa es una historia de tiempo compartido, secular. Y esa soberanía del tiempo, depositada en las personas, en los cuidados, en la corresponsabilidad, también debe alimentar un proyecto colectivo que no puede admitir vías lentas ni vías muertas para el acceso a nuestros derechos.
Hoy, cuando se cumplen 71 años de la declaración de Robert Schuman, debemos estar a la altura del momento histórico y dibujar un horizonte europeo de democracia más profunda, derechos y prosperidad. La Conferencia sobre el Futuro de Europa que hoy arranca es una oportunidad para nutrir esta reinvención y volver a darle la voz a su ciudadanía.
El proyecto europeo se ha constituido, siempre, en torno a fracturas históricas y sociales. La actual fractura no tiene por qué ser un paso más en ese vaivén cíclico, sino un punto de inflexión. Porque la crisis global nos ha revelado la materia misma de la que está hecha Europa: la solidaridad, la integración, la defensa colectiva de las personas.
Nos recordaba el pensador portugués Eduardo Lourenço cómo Portugal forjó su identidad nacional, en el contexto europeo, en torno a su propia debilidad, y a la capacidad de hacer de la debilidad fuerza. Esa extraordinaria capacidad de hacer de la debilidad fuerza se exporta, ahora más que nunca, a la hora europea, como un mensaje de alegría y de esperanza, que a todas y a todos nos interpela.
Es el momento de que Europa negocie con la esperanza e implique en ese pacto a su juventud, a las mujeres, a la diversidad de los pueblos.
Es el momento de que Europa venza el virus de la desafección, del abatimiento. Con una mirada que incluya y que abrace, que beba de la igualdad entre hombres y mujeres, de la justicia social, de nuestro magma cultural.
Que ahonde en lo que nos vincula, en todo lo que nos ha traído hasta aquí, y que nos sitúe, como proyecto colectivo, en la vanguardia de un planeta verde, ecológico, que ya no teme al futuro, porque el futuro ya está aquí y nace de nuestras manos y nuestros corazones.
Yolanda Díaz
Vicepresidenta tercera del Gobierno español y ministra de Trabajo y Economía Social
Publicado en: ELDIARIO.ES
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