LA BORRACHERA DE LIBERTAD SIN OBLIGACIONES SE LLAMA AYUSO

 “Saldremos mejores” es el mensaje que se repetía al inicio de la pandemia cuando en sus momentos más crudos de confinamiento estricto las gentes salían a sus balcones para aplaudir a los sanitarios y los gestos de solidaridad se sucedían.

Aquellas escenas que pretendían instaurar la esperanza ante una crisis de tal magnitud hoy parecen un espejismo. Se acaba el estado de alarma y muchos de forma inconsciente se creen que también acaba la pandemia cuando aún se cobra miles de muertes en el mundo. Estamos en proceso de alcanzar la inmunidad pero aún no la hemos alcanzado.


Las vergonzosas imágenes de jóvenes y no tan jóvenes sin distancia, ni mascarilla, agolpados en las calles y de botellón, mientras que los contagios no cesan y hay personas debatiéndose entre la vida y la muerte en una UCI.


Si algo debe servir esta pandemia es para aprender como humanidad, elevar nuestra conciencia y considerar ésta una oportunidad para que emergiera una solidaridad sin igual que comprenda el cuidado del otro.

Como observa el psicoanalista Jeammet, una libertad del individuo fragmentada y sin precedentes caracteriza a nuestra sociedad, una libertad en la que todo el mundo elige basándose en deseos y sentimientos ambivalentes, y teme no estar a la altura de las propias ambiciones.

La libertad significa también saber que eventualmente tendrás que dar cuenta de las cosas emprendidas y completadas con éxito, y hay quien no llega a entender banalizando su significado.

Esto preocupa al adulto y lo lleva a un escape psicológico de su propia condición refugiándose en el mundo de los jóvenes donde las posibilidades son cada vez más amplias.

La infantilización coincide con una especie de regresión colectiva, que crea controversia pero parece ser metabolizada por la opinión pública. Ese “espíritu infantilista” se ha infiltrado en una amplia gama de esferas sociales también en el poder. Cuando políticos dejan de tratar a sus conciudanos como gente adulta y responsable.

La socióloga francesa Jacqueline Barus-Michel observa que ahora nos comunicamos en “flashes”, en lugar de a través de un discurso reflexivo: “más pobre, binario, similar al lenguaje informático y con el objetivo de impactar”.

Otros han notado tendencias similares en la cultura popular: en las oraciones más cortas de las novelas contemporáneas, en la falta de sofisticación en la retórica política y en la cobertura cada vez más sensacionalista de noticias.

Esta simplificación nos hace cada vez más imbéciles y deberíamos desconfiar de aquellos que en su canto de sirena parecen tratarnos como niños prometiendo todo. Como niños caprichosos se penaliza al que nos trata como adultos responsables y se premia a los imprudentes.

Casado, Ayuso, pero también Trump, Jhonson, Farange, Salvini, Bolsonaro o Puigdemonts se han convertido en el Pigmalión de la escuela de los imbéciles a quienes se ríe las gracias. Y cómo esta sociedad a imagen y semejanza sigue premiando a personajes de este corte que prometen conceptos abstractos como el Brexit, la arcadia feliz, una falsa libertad sin responsabilidad como el burro persiguiendo la zanahoria.

Y por encima de todo una forma de ser egoísta, que no busca el bien común sino particular y que aboca a una sociedad infantilizada y frustrada a rebelarse luego contra las promesas incumplidas. En términos freudianos, es el principio de placer el que domina el principio de realidad.

Los medios deberíamos empezar a transmitir que ser adulto es parte del desarrollo de conciencia, que también es atractivo y puede estar de moda. Y por supuesto dar mucha más visibilidad a los ejemplos edificantes que dan lecciones de sabiduría.

Un buen ejemplo son Pedro Sánchez en nuestro estado o Joe Biden en EEUU, que están yendo más allá de lo esperado en sus políticas y manifestaciones. En el poco tiempo que llevan gobernando, cada uno en su esfera política, ya han reconstruido más que sus antecesores.

Debemos considerar estos ejemplos positivos para seguir avanzando. Y por supuesto no olvidar todo lo que estamos viviendo en pandemia. Con la voluntad de aprender que todo esto que está pasando nos pueda hacer mejores, pero hay que quererlo.

Los cientos de miles de personas fallecidas por esta pandemia merecen nuestro respeto.

Y nosotros, necesítamos menos Ayuso y más Sánchez.

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